Se trata de mi último sobrino, hijo de mi hermana Nelly y de mi cuñado Misael. Su nombre es Paulo: siempre sonríe, llora poco y come como un león. De hecho, sus pequeñas carcajadas contagiaron todo el tiempo mi viaje a México. Aquí se quita la comezón de sus primeros dientes con mi collar (ahí encontró una satisfacción plena a sus placeres primordiales, y desde entonces no me soltaba).
Paulo es maravilloso, en el sentido amplio de tal adjetivo. Pero no sólo por ser un bebé risueño y despreocupado, sino porque ha cerrado un círculo: es el tercer y último mosquetero.
Como se aprecia en la foto, ambos disfrutamos de las galantes y psicodélicas playas del Pacífico mexicano, donde la vida transcurre len-ta-meeeen-te. Igual que cuando se es bebé.