viernes, 23 de noviembre de 2007

La fábula de las regiones

Se acaba de publicar el último libro de Alejandro Rossi, Edén. Va entonces unas líneas sobre otro de sus singulares libros, aparecido hace muchos años.
*
Hace un tiempo encontré un libro de Alejandro Rossi, La fábula de las regiones, en la biblioteca del Instituto de México. Fue una sorpresa refrescante porque yo, distraído de nacimiento, buscaba otras cuestiones y ahí estaba este librito editado por Anagrama justo después del éxito del Manual del distraído.
Se trata de una serie de relatos con el leit motiv de la Región Geográfica como diferenciación política, cultural y hasta genética. Rossi nunca escribe una sola palabra de sobra. Es un deleite -en esta época de libros que sobrepasan las 600 páginas de verborrea campante- encontrar un libro que basa su poder en la economía y precisión del lenguaje (135 páginas con tipo grande y generosos márgenes). Es notorio que Calvino todavía tiene lectores.
Pero también Faulkner y Onetti tienen en Rossi a un lector serio. Los relatos de La fábula de las regiones poseen ese componente climático (el bochorno, los sudores, la inclemencia) que se cuela por las narices y los poros de la piel hasta llegar al alma. Y trastornarla, delinearla. Ahí están las mismas historias ancestrales, los triángulos amorosos entre familiares (tan viejos como el cencerro de las ovejas), la puñalada por la espalda del amigo, la hembra caliente que derrite al más templado, los ideales disfrazados de soldaditos de juguete.
La desesperanza dibuja cada relato pero con gotas de humor ligero, casi elegante, a diferencia de la absoluta falta del mismo en la mayoría de textos onettianos. Rossi opta por sonreír de vez en vez ante la repetición de los mismos pecados latinoamericanos, los mismos errores heredados del catolicismo, la larga mano negra de la civilización occidental. Una forma sabia de ofrecer su visión del mundo a partir de la creación del lenguaje.
Un detalle formal: el alto registro de sus comparaciones, la exactitud de sus metáforas.
Un libro que da gusto leer. En verdad.
Van algunas líneas.
“La cortesía de un negro, Lorenzo, puede ser exquisita. Hay una suavidad de mirada y de tacto que sólo ellos tienen.
“-¿Usted cree en la Patria, Don Leandro? –Por supuesto, aunque no aspiro a comprenderla. Que quede claro.
“La verdadera patria son las regiones, no esas fronteras de tinta china creadas por la diplomacia.
“(…) el Colegio de Historiadores es una de las instituciones más cuidadas por nuestro gobierno. Entrar allí es un privilegio y un alto honor. La tarea de ellos, Don Fernando, es inventar la Patria, darle forma, jerarquizar el endiablado remolino de los acontecimientos, ordenar las innumerables opiniones que recorren, como pájaros extraviados, estas interminables regiones.
“Tenía ojos de pasajero, de muchacho que ha viajado solitario por nuestros laberintos fluviales.
“(…) la velocidad se paga con la vejez prematura, con ojeras de carbón y con una curiosa forma de la desolación. Mirar las cosas con lentitud ha sido mi invariable divisa y no puedo quejarme de los resultados.
“El amor es así, necesita confirmación, un espejismo que exige realidad.
“Nunca entramos solos al amor, están con nosotros quienes nos precedieron, genealogías iluminadas u obscenas cuyo origen exacto ignoramos.
“Los viejos, Marielita, tenemos que aprovechar el amanecer. Ya estoy muy tieso para hacerte el amor en la hamaca. Vámonos para allá.
“También es verdad que sabía darle al amor, con astucia de anciano, un aire de postrimerías, de necesidad vital, de medicina, de jugarse la vida, que ningún joven, salvo los enamorados de la muerte, pueden combinar.
“A veces, cuando se cansaba de hablar, se resbalaba por el costado de la flaca nazarena y le acariciaba el pezón con la lengua y luego abría la boca, becerro viejo, para que el seno opulento se la llenara”.

No hay comentarios.: