sábado, 17 de febrero de 2007

Célibe

Hace un par de días y más noches que me ronda esta idea. No es exactamente idea, se trata más bien de un pensamiento que a su vez lleva viviendo en mi cabeza varios años ya. Pero estas últimas horas ha afilado sus cuchillas. El pensamiento, quiero decir. Quizá todo se debe a que estuve creando el perfil del otro blog que tenemos y, cuando llegué a las casillas personales, una de ellas trataba sobre los hijos. La ventana se abría con varias cantidades (1...3) pero también permitía la opción de escribir "todavía no" o "nunca". Lo dudé unos minutos y al final elegí "nunca" tener hijos (por lo menos en este portal cibernético). Luego comencé a darle vueltas al tema. No tengo hijos y por lo visto no los tendré pronto. Tengo una edad suficiente para ser padre. No pocos amigos son padres ya desde hace años y de varios terrícolas. Mi hermana será madre de su tercer terrícola en unas semanas. El complejo de Peter Pan es sutil pero poderoso, como la invitación de una princesa a entrar de noche en su alcoba.
No es necesario ser sacerdote para ser célibe (con mucha frecuencia, en países católicos y latinos como México o España, encontramos curas que son a su vez "padrinos" y tíos" de no pocos terrícolas y conviven con señoras que les "ayudan"). Se puede ser célibe por elección, como Schopenhauer o Kafka. Crear una versión rara del celibato como Vila-Matas: vivir en pareja de por vida pero no contraer matrimonio ni tener hijos. Se puede encontrar tanto personaje especial que dedicó su vida sólo a explorar abismos (geográficos y emocionales) y no formar familia. ¿Seré yo uno de esos, en cualquiera de sus acepciones? ¿Serán algunos de mis amigos personas que han elegido ser célibes?
Entonces relacioné mentalmente el concepto de célibe, de poeta, de monje y de alma libre. Y no desentonan desde que mi mente los juntó en unión sacramental. De hecho, concuerdan bastante. No sé si algún día tendré hijos. No sé si algún día mi líbido concuerde con la de alguna bella mujer para juntos formar una familia. Todo mundo te dice que te cambia la vida ser padre o madre, pero a nadie he visto que lo diga con una satisfacción total, risueña, alegre desde el fondo. No dudo que te cambie la vida (tener que cuidar de alguien indefenso y pequeño debe sacar lo mejor de cada uno), pero dudo que sea una experiencia necesaria para ser mejor persona en este planeta. Y ese es uno de mis objetivos primordiales.
Existe en algún sombrío recoveco de la mente del hombre ese espeluznante deseo de querer tener algo a su imagen y semejanza. Esa gana bífida de traer descendencia, la tentación blasfema de emular a Dios. Agazapada vanidad que eternamente sedienta exige un vástago.
Imagino que tendrá una recompensa increíble ver a tus niños crecer, disfrutar y sufrir el proceso de formación de su personalidad, pero en el fondo también se trata de un sentimiento narcisista, de verse a uno mismo en versión mini. Admirar, como Dios mismo, su propia creación... Somos vanidosos y lo disfrazamos de lucha por la vida y por la familia, pero en algún sombrío recoveco nos estamos masturbando mentalmente, nos estamos autocomplaciendo.

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